Un nuevo colegio… la entrada a conocer nuevas personas… aprender sobre el mundo… crear un concepto de vida… la diversión o el sufrimiento… Todas ellas conforman los retos a los que nos enfrentamos en algún momento al ir a la escuela.
Romper el cascarón de lo conocido, para abrir la puerta de lo desconocido; unificar criterios entre un sinfín de dinámicas familiares, realidades y formas de pensar, nos dan como resultado la diversidad escolar que en ocasiones lleva a la segregación, a la hostilidad, a la humillación y a la impunidad. Todo esto que hoy se llama bullying, tiene a miles de padres de familia y profesores ocupados en comprender el fenómeno, mientras algunos niños viven verdaderos infiernos personales dentro de los salones de clases.
“Me pegaron más de 30 chicles en el pelo y me tuvieron que rapar, ahora tengo vergüenza de ir a la escuela, ya que mi apariencia hará que se burlen aún más”, confiesa una niña de 9 años entre lágrimas y angustia. “Todos los días me pegan mis compañeros más de cincuenta zapes… ¿cómo me defiendo?... ellos dicen que es un juego”, nos dice otro niño de primero de primaria. “Hoy temo que me lastimen, pues a diario recibo amenazas por Internet y mi novio me cortó porque dicen en las páginas sociales que soy una zorra”, comenta una adolescente de 16 quien ha intentado quitarse la vida en dos ocasiones.
Vivir estos pequeños infiernos diarios es lo que hoy pone el reflector en las aulas, ya que nos dice el reporte anual de violencia entregado de manos de nuestra primera dama, la señora Margarita Zavala de Calderón a la ONU, que 6 de cada 10 niños y jóvenes en México sufren bullying. Demasiadas víctimas… además de que varios psicólogos coinciden en que TODOS los acuerdos sobre la vida los creamos antes de los 12 años: todos los miedos, angustias y creencias negativas y positivas se forman en esas edades. Por ello, la experiencia escolar nos marca de por vida.
Comencé a analizar este fenómeno, cuando al leerlo me vi ahí… atrapada en el miedo, viviendo con un nudo en la garganta, temiendo que sonara el timbre del recreo porque estaría aislada y si me veían se burlarían de mí. Durante seis años mi vida fue eso: miedo, lágrimas, apodos, burlas, robos, risas y me convertí en el bufón de todos quienes se suponía -fueran mis amigos y con quienes compartiría los mejores años de mi vida-. No sólo no fueron los mejores años de mi vida, sino que me marcaron de manera negativa para siempre. Durante años creí no valer, creí ser horrible y creía que toda persona que se acercaba a mí lo hacía para dañarme o perjudicarme de alguna manera. No había Internet, pero igual corrían los chismes sobre mi y nadie me daba la oportunidad de conocerme… de entrada ya era una ñoña, llorona a quien no valía la pena mirar. Por si fuera poco, en sexto de primaria los acosos llegaron al grado que durante los más de doscientos días de escuela, tres veces al día entraba un grupo de cuarenta niños a mi salón para a coro decirme: ¡no llores, no llores, no llores, no llores, no llores…! Y tras cada palabra -mis lágrimas no dejaban de brotar- al sentir la crueldad de sus palabras sin que nadie tuviera compasión al verme destruida, indefensa, marcada, segregada y humillada a diario.
Y el silencio total.
Nunca dije una sola palabra… sentía tal vergüenza que preferí callar, abriendo la puerta a la impunidad y a dejar que el mal se apoderara de mi realidad por temor a mayores acosos y problemas.
Cuando cambié por fin de escuela en secundaria, la mejor idea que se me ocurrió fue hacer lo mismo… traté de defenderme de lo que creía que me sucedería, atacando a todos por igual… De bulleada, me volví aprendiz de bully… ¿Soy más mala por haberlo hecho? Hoy sé que no, simplemente el miedo actuó en mi vida y evitaba sufrir, causando dolor a otros. Poco duró esta etapa, pues el colegio era compasivo ante estas conductas y fui guiada hasta comprender que no debía dañar, pues NADIE me iba a dañar a mí. Que si la esuela influye… en mi experiencia sí que lo hizo, totalmente. Me evitó el corromperme en el proceso de rescatar mi autoestima… ¿cómo podría pagarlo?... No hay un precio.
Para comprender el fenómeno que parece un complejísimo problema, simplificarlo -en mi experiencia- trae consigo la solución. Para el acoso siempre hubo un día 1… llegar a ese primer día, a ese acuerdo negativo, a esa mala experiencia que hoy afecta en la conducta, es el hilo conductor hacia la solución.
Mirar a los ojos, comprender de raíz, ser compasivo ante las faltas y encausar en proyectos positivos como la colaboración entre pares, cambia el ambiente de los colegios de una manera increíble. Es un back to basics… que funciona.
Como reflexión final, la impunidad, el abuso de autoridad y la cultura de la no denuncia son factores que se aprenden en la escuela y se quedan para la vida.
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