Imagen: @liek52 via Twenty20
Cuando dos o más personas comparten la vida cotidiana, es natural que surjan conflictos. La convivencia entre hermanos no es la excepción.
En la estrecha convivencia de los hermanos es muy frecuente la aparición de pleitos y desacuerdos.
La rivalidad y los celos entre hermanos también es un hecho normal al que hay que hacer frente con inteligencia, sensibilidad, cariño y buen humor.
El origen fundamental de la rivalidad entre los hermanos es la competencia por el afecto y la preferencia de los padres. Es común que todos los hermanos se sientan celosos y surjan los problemas.
En general los pleitos entre hermanos se originan por cuestiones aparentemente sin importancia. Un pleito entre ellos puede comenzar por no querer compartir los juguetes; por conseguir la mejor silla; por ser el último en bañarse; por escoger el programa de televisión; por la forma en que tratamos a cada uno; por los diferentes permisos que damos al hijo mayor y al más pequeño, o por las cosas que les compramos o no les compramos. Por el pastel, apagar las velas, la piñata, los amigos, o ser el centro de atención en el cumpleaños por ejemplo.
Hay que tomar en cuenta que los celos tienen que ver con las emociones, no con los objetos o privilegios. Si un niño piensa que favorecemos a su hermana porque le dimos el mejor regalo en su cumpleaños, el que le regalemos a él algo mejor no cambia nada su creencia. Es su sentimiento lo que tenemos que atender.
Cuando un niño está celoso, lo mejor es ayudarlo a que se exprese francamente. Una vez que el niño se siente comprendido podemos empezar a pensar , junto con él, en las posibles soluciones.
La forma de resolver los conflictos entre hermanos es la misma que se utiliza para solucionar los conflictos con cualquier persona.
Es aconsejable seguir algunos pasos:
Escuchar para identificar el problema, analizarlo, generar varias soluciones, elegir la mejor para todos, establecer compromisos.
No importa quien empezó el pleito, los dos hermanos tienen un problema y es necesario solucionarlo para que ambos vuelvan a estar en paz. Averiguar cómo se originó la dificultad sólo lleva a los niños a echarse la culpa el uno al otro. Cada uno tiene responsabilidad en el conflicto y también responsabilidad en la solución. Si los niños no toman la iniciativa para resolver sus diferencias , los padres tenemos que intervenir para ayudarlos; no es conveniente dejar un conflicto sin arreglar.
Como el problema no es nuestro, los niños tienen que encargarse de resolverlo. En este caso los padres sólo debemos ayudarlos pero no imponer soluciones.
Si siempre tratamos de arreglar sus conflictos, les quitamos la oportunidad de aprender a resolverlos entre ellos.
Para facilitarles el proceso de solución, tenemos que escuchar con atención y sin tomar partido a ambos niños para que ellos empiecen a escucharse entre sí y su comunicación vaya cambiando.
Al final ellos acaban hablándose directamente el uno al otro sin que sea necesaria nuestra intervención. La manera de escuchar siendo imparcial y sin juzgarlo les hace sentirse libres para inventar y proponer soluciones y así les será más fácil aceptar un compromiso.
Si las discusiones se desarrollan de manera abierta, y buscamos resolverlas, se convierten en excelentes oportunidades de aprendizaje. Al usar frecuentemente este proceso de solución de problemas, tanto a los niños como a los padres nos resulta más fácil enfrentar esta manera natural de resolver y enfrentar las dificultades.
A pesar de que no es posible eliminar totalmente los conflictos, si podemos prevenir que se desborden o que ocurran con frecuencia. Es necesario ser conscientes de que somos modelos para nuestros hijos. Si ven que nos tratamos con cariño y respeto como pareja, si observan que los atendemos a ellos y a otras personas con afecto y consideración, aprenderán a ser sensibles a las necesidades de otros y a convivir en armonía. Enseñarles que la confianza y respeto que ellos puedan tener entre ellos les será muy útil en sus futuras relaciones con otros.
Equilibrar las necesidades en conflicto de dos a más niños requiere un gran esfuerzo, reflexión y atención. Necesitamos tratar a todos los hijos con justicia y equidad, pero no podemos darles exactamente lo mismo. Cada niño es una persona única, con necesidades propias y una edad y personalidad distinta.
Tenemos que pensar muy bien qué es importante proporcionar a cada uno de los hijos en determinado momento y no dar demasiadas explicaciones al otro de por qué hicimos o le dimos esto y otro a su hermano. Muchas veces las explicaciones salen peores cuando no argumentamos bien nuestra justificación y que el niño la comprenda. La cuestión no es explicar los hechos sino escucharlo, comprender sus emociones y ponernos de su lado.
A veces los padres no podemos evitar sentir preferencia por alguno de los hijos.
Si intentamos negar nuestra inclinación o nos dejamos llevar por ella, haremos la vida muy difícil, no sólo a los hermanos afectados sino también al preferido. Los hijos perjudicados se sentirán resentidos y lastimados, y el niño favorecido se sentirá culpable de quitar a sus hermanos el afecto de sus padres.
Es necesario ser honestos con nosotros mismos y admitir que en un determinado momento, nos sentimos más atraídos por uno de nuestros hijos que por los otros. Darnos cuenta de esta situación, humana y normal, nos da claridad para apreciar la relación única que mantenemos con cada uno de nuestros hijos, y nos ayuda a proporcionar a todos la atención y cuidados que requieren.
Los niños necesitan atención personal y merecen que les dediquemos un tiempo exclusivo. Este momento, solo para él, lo hace sentirse especial y le da la oportunidad de estar cerca de nosotros sin tener que competir con sus hermanos. Lo importante es que, cuando estemos con él, preparemos actividades adecuadas a su edad , a sus intereses y habilidades.
Cuando hacemos sentir a cada hijo que es amado, ni más ni menos que sus hermanos, pero de forma única, es natural que disminuyan las rivalidades en la familia, pues cada niño se sentirá tan seguro y atendido sin importar la posición que ocupa y no necesitará buscar un lugar a costa de sus hermanos ni ser mejor que ellos.
Por último hablemos de las comparaciones; éstas no ayudan a nuestros hijos, es muy peligroso no darnos cuenta de como promovemos la competencia entre nuestros hijos al elogiar a uno y criticar al otro. No hay que poner de ejemplo a un niño frente a sus hermanos: “Deberías ser como tu hermano” “Mira tu hermano lo hace mejor que tu” “Les ganó a todos sus hermanos” .
La competencia puede tener un efecto negativo sobre sus habilidades y talentos.
A los que hacemos menos, las comparaciones les provocan desánimo y les impide avanzar a su propio ritmo, y a los que elogiamos , los hacemos sentir culpables o les imponemos una presión que no siempre pueden soportar. Los niños son diferentes y así debemos aceptarlos.
Tampoco hay que dar por hecho que los hermanos van a ser inseparables, sólo porque son hijos de los mismos padres. Algunos padres insistimos en que nuestros hijos se lleven bien y participen en las mismas actividades, aun cuando sus intereses sean totalmente distintos. No queremos admitir que cada niño es una persona individual y puede sentirse identificado o no con otra persona individual. Si evitamos forzar a nuestros hijos a estar juntos todo el tiempo, a compartir los mismos amigos y los mismos juegos, más adelante nos sorprenderemos de lo cercanos y leales que pueden llegar a ser el uno con el otro.
La relación entre dos hermanos es cosa de ellos y son ellos quienes deben decidir como la manejan. Nuestro papel como padres es crear la atmósfera de equidad, comprensión y afecto para que florezcan los vínculos entre todos los miembros de la familia.
Tenemos que enseñarle a nuestros hijos a siempre sacar el lado positivo de las situaciones, también la importancia de “compartir” más que “competir” por lo que deseamos, sobretodo por el amor y atención de los padres.
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