Dar por hecho que nuestros hijos son capaces de tomar decisiones y tener sus propias ideas, y que nuestra presencia se hace menos necesaria cada día, no es nada fácil. Darnos cuenta de que ahora que tenemos que enfrentar nuevos retos, puede desconcentrarnos y atemorizarnos nos hace más vulnerables.
Para nosotros, ver a nuestros hijos convertirse en personas independientes, puede ser muy inquietante. Tal vez ya no nos necesiten como antes; que se hayan vuelto huraños y se resistan a las expresiones de afecto, que hasta hace poco buscaban; que se aíslen mucho tiempo y dejen de platicarnos lo que hacen en el día a día de sus decisiones y lo que hacen.
Los padres necesitamos desarrollar la generosidad para hacernos a un lado y dejar que nuestros hijos lleguen a expresarse con una identidad propia y se hagan cargo poco a poco de su vida.
Tratar con los jóvenes es un gran reto, y sería mucho más fácil si los padres no estuviéramos experimentando también cambios profundos.
Los padres somos modelos de comportamiento para nuestros hijos, que ven y observan todo lo que hacemos y decimos. Estos modelos son de suma importancia, ya que las relaciones que los niños experimentan en su infancia van a determinar la manera en que se relacionarán con los otros por el resto de su vida. Cuando se relacionan con sus padres, además de aprender el como comunicarse, a escuchar e interpretar todas las expresiones del rostro, esto, es vital para comprender la comunicación no verbal de ellos.
La falta de acuerdos, y las discusiones entre los padres hacen que los niños tengan una sensación de inseguridad, ya que su modelo a seguir se tambalea y se quiebra. Si los padres pelean, no están atendiendo las necesidades de su hijo, y esto hace que aparezcan sentimientos de angustia, frustración, soledad y confusión. También influye de una manera decisiva en los niños en todas las áreas de su vida: con sus amigos, en la escuela y en casa. Por este motivo, es muy importante que los padres hagan equipo e intentar tomar en cuenta la mayoría de las necesidades fundamentales del pequeño. Los padres debemos entender que ellos también están en un proceso de aprendizaje, y que equivocarse, forma parte de este proceso. Debemos decidir sin la presencia del niño, cuáles serán las reglas en el hogar, y los dos tendremos que estar de acuerdo respetando lo que se decidió; Si los padres tenemos conceptos distintos sobre cómo educar a los hijos, será más complicado ponerse de acuerdo con las reglas y chocaremos en muchos aspectos.
Respetar a la pareja no es hacer siempre lo que esta quiere, sino saber afrontar las discusiones de una manera correcta y acertada para que se saque algo positivo. Es conveniente mantener la calma, no dejarse llevar por los impulsos o por la ira; Ninguno escucha si se siente que lo estamos atacando. Tenemos que aceptar que no es fácil cambiar la opinión de las personas, pero eso no significa que tengamos que cambiar la nuestra. Casi siempre uno de los dos es mas suave con los hijos, y ellos acudirán al que saben que menos peros pondrán y aceptarán sus peticiones. Lo ideal, es que los dos padres intervengan en la toma de decisiones de los hijos, pero si no se puede por la falta de criterios o acuerdos comunes, lo mejor es poner los límites de actuación de cada una de las partes, respetarlos y no bajar la guardia bajo ningún concepto, sólo si alguno de los dos lo pide.
Es conveniente invitar a nuestro hijo a buscar juntos una solución aceptable para todos. Al sentirse comprendido, puede entender que no se trata de que solo él modifique su conducta, sino que nosotros también estamos dispuestos a cambiar. Si compartimos el problema, tenemos que compartir también la solución.
Los padres debemos dedicar gran parte de nuestro tiempo , energía y recursos en favor de nuestros hijos. A veces pareciera que las exigencias cotidianas nos impiden satisfacer nuestras necesidades, para ayudar los demás tenemos que ayudarnos también a nosotros. Nadie puede dar lo que no tiene.
Si descuidamos nuestras necesidades , vamos acumulando molestias , resentimientos y frustraciones; al renunciar a nuestra propia satisfacción y alegría , corremos el riesgo de enfermarnos o agotarnos , de sentirnos frustrados , decaídos, de mal humor, enojados , violentos ; de perder energía y capacidad de pensar y actuar correctamente. Y en este estado podemos lastimar a nuestros hijos de muchas maneras. Además si les resolvemos todo, los niños pueden volverse dependientes y egoístas.
No dejemos que nuestros problemas afecten también a los hijos, no podemos educar hijos en “crisis” para que vivan en “crisis” toda su vida.
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